Esos hombres encogidos sobre los tableros de ajedrez en las noches de la Colmena, en plena calle y puesta el alma en una reflexión de otro mundo, me procura una sensación de seguridad que me revela no sé qué lado inconmovible de la raza humana y desmoronan mis convicciones.  

Me dejan en ridículo pues jamás he podido aprenderme las cábalas de esa lid, que aquellos transeúntes covilosos- estudiantes, padres de familia, obreros gringos de paso- toman tan en serio en que horas que se convierten en eternidad. Jamás, con tan poco, se gana la fortuna de la paz espiritual. Un aura pura en medio de bullicio, los protege el humo, del ardiente plomo del sol en verano y la humedad cerrada del invierno. ¡Nada los perturba en absoluto!

Al lado de los jugadores de ajedrez de la Colmena, frente al cine “Venecia”, con sus anuncios de películas brutales luchadores y a espaldas de un kiosko en que penden diarios que rezuman crímenes, chorreando sangre y calumnias, ellos se agrupan como esos mansos animales marinos en un islote a salvo de la perversidad del hombre…

Así como la mentira es la renta de los bellacos, los jugadores de ajedrez, en las noches de la colmena, están al margen de la vanidad que le quita el sueño a los demás. Mi alma se siente revivir al verlos, siempre si fueran los mismos, empeñados en una partida infinita cuyo deleite ignoro…

Bajo la pobre iluminación del alumbrado público, un grupo debate gambitos y enroques fabulosos, secreto del triunfo sellado en sus labios…a veces quisiera trabar amistad con ellos y matricularme en esa secta silenciosa. Pero mi torpeza mental para la reflexión abstracta me relega al papel de fugaz peatón que pasa mirándolos con la boca abierta y, no niego, temerosa de que los jugadores de ajedrez a veces parezcan seres hechizados por el genio de la noche…

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