En una vieja revista en inglés que encontré tirada en la vereda de los ambulantes (allí donde uno puede abrevar el manantial de la historia por pocos centavos), vi un anuncio de Berckmeyer, en las viñetas. El aire bursátil, cambiario, de esta calle del jirón Ucayali, repleta de casas de cambio, “money exchange” almacenes de sombra suave y pesada, de columnas de hierro.
Esa calle era, a la luz del día, gemela de alguna de Ámsterdam, de un recoveco de judíos lapidadores de diamantes…A veces, se me antoja estar en el “Stand” londinense o un barrio comercial de las Antillas Holandesas o qué sé yo…Sí, en esa calle de rótulos en varios idiomas (todos referidos a la fluctuación monetaria) parecía que dentro de las agencias, los cambistas de visera se dieran vuelta al faro del alma. Y era en breve y angustioso viaje, como si al llegar a la esquina ya se pusiera el sol. Y yo escapaba jadeante de esas complicadas cotizaciones de francos, liras, yens, escudos, marcos, libras, pesos, quetzales, rupias, dólares, coronas y florines…
En la calle Villalta, el tiempo imponía el carácter inapelable y mercantil de los carteles ¡Jamás olvidaré esos carteles amenazadores y estáticos! “Exchange, change, cambio”. ¡Qué pesada y maravillosa intriga”
Pero, al pasar por el “Hotel Maury”, en la esquina con la calle Bodegones, yo me empinaba ante los enormes espejos de este hotel, “el más elegante de Lima”, como una figura de antiguo fotograbado. Y el alma me volvía al cuerpo. El “Maury” lanzaba su grandiosa sombra de balcones sobre el pavimento. En el vestíbulo, el portero galoneado se descubría ante los viajeros con valijas provenientes de mundos extraños, y las lenguas de rojo fuego de los alfombrados era el antídoto de ese tráfico febril de la calle Villalta.
Yo estuve persuadido que, en los espejos del “Maury”, uno podía verse reflejado en el hondo pozo del tiempo…
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De la semana de la Lima limense y de lo que ocurría en abril