Formaban una tertulia pura, tomaban el té. En la calle Espaderos se entraba en lo fantástico.  

Los toldos corridos conformaban uno solo, y una pianola del “Castellano” henchía el alma. A la gente ya no les hace dichosas las campanas, ni las sombras, ni el crepúsculo.

Si hay que estar con los vencidos, ¡yo estoy con las viejas calles!

Ayer en la noche pasé y vi que la pareja de ciegos cantores que habitualmente ocupan un quicio de la plaza de la Merced se habían refugiado frente al “Castellano” y el ceñudo bronce del Mariscal Castilla miraba extrañado a los charlatanes, fakines, que se desgañitaban ante el imafronte de la basílica. ..Más allá, estudiantinas de zampoñas, instrumentos pastoriles broncos y espeluznantes, tambores tercos, tronaban bajo los aleros de galerías comerciales. Los viejos trovadores invidentes, acurrucados en sendos cajones, cantaban en ese instante con denuedo inusitado de polka “Maruja”, abstrayéndola de la horrible vocinglería de esa competencia implacable…

“Maruja, tú eres mi amor

Tú serás mi inspiración”

¿Cómo podían invocar a los vientos, aquellos viejos ciegos, la necesidad de amor? …La mano del ciego batía las cuerdas frenéticas y quién fue esa Maruja. Sin duda, uno de esos seres magnéticos y morunos que ya no se ven en estas épocas incompletas…La gente aplaudió. Yo hinqué el codo para escucharlos con el alma.

Ella, la esposa, de rostro picado de viruela, pero noble, de órbitas en blanco, hacía la primera voz de acompañamiento y él, denodado, la cana cabeza porfiada, épica, lanzaba su voz atipalada, farfullante por el labio leporino, haciendo la segunda en un contrapunto extraño y original.

Cayeron parcas monedas en el tacho de la cantante a la hora en que un púgil negro cobraba un millón de dólares por dejar medio muerto a uno de su misma raza…

Entonces me alejé unos pocos pasos para ver si el farol de la entrada lateral de la Merced continuaba en su sitio, azúl, inmarcesible…confortado con el vistazo, regresé a Espaderos. Ahora los ciegos brindaban un tondero. La cascada guitarra alborotaba como un río que revelaba todo lo Al-Andalus que fue Lima:

“Agua de los montes,

Viertan su caudal, 

Qué triste es mi vida

Hamaca tendida

De acá para allá

De acá para allá …”

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