Vayan a buscarla porque no se ha mudado de barrio, sus ruinas de palo (calle cortísima del barrio del Cuartel) son de las pocas o la única que no tiene salida, y nadie sabe qué hay detrás de esas empalizadas; si un torrente desconocido del Rímac, o una fiesta sonámbula de espectros; es decir, un pequeño planeta de la Lima invisible que floreció en los andenes con hórridos mitos y trenes negros acorazados que llegaban de las escarpadas latitudes del puente del Infiernillo, a dormir en los cocherones de helado aceite.  

Es que las calles son las figuras visibles o alucinadas de nuestras virtudes y corrupciones. ¿Qué guarda esta calle maldita por el olvido? Nada puede haber infalible en una mente humana, y si esta callejuela es despreciada es porque aún empedrada (no estoy cierto que la hayan pavimentado y malogrado como el rastro de Santo Tomás) pues salta y perdura por encima de la ley de la sociedad, ya que el tránsito da corcovas delante de ella y ni un automóvil se atreve a parquearse ahí.

¡Calle Pericotes! ¿Quién te conoce? ¿Conoce alguien la calle de la Manito? Ojalá nunca las descubran los alcaldes ni los urbanistas, que ya destruyen la sagrada esquina de la calle de la Palma…Calle Pericotes, ni bonita ni fea, ni campesina ni cortesana: todos los animales están en el hombre; guárdate la sonrisa de tigre de los propietarios y edificadores, pedacito de calle, campo fantasmal de juego de chicos nacidos de la garúa y viejas de manto negro y mujeres pobres, verdaderas diosas de solares secretos….

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