Yo no sé si he soñado ¡no, no puede ser! He consultado con mucha gente que no tiene la afectación del olvido, y me han dicho que sí, que en la esquina del jirón Ucayali y Carabaya, asomaba la proa de la bodega y bar “Roma.” 

Si uno es el otro, esta bodega era el bar, porque no se explicaba la existencia de una bodega italiana sin el secreto recinto de puertas batientes, de un bar contiguo en que la seguridad del espíritu podía pasar horas a la sombra, mientras el río de la horrible vida cotidiana, los macabros deberes y la angurria, pasaban de largo ante las persianas de sus puertas de goznes chirriantes.

¡Bar Roma de dados de marfil y barriles de aceitunas! Han dejado baldada, erizada y pelada esa esquina, y en vez de toldos que te llamen para penetrar en el aduar del ensueño, verás que levantarán allí un horrible edificio de oficinas… porque los hombres piensan en sí mismos que son poetas y actúan como mercachifles…

No sólo hay realidades implacables como la guerra, la explotación del hombre por el hombre, y la prostitución del arte. Hay también el hecho feroz de no sublevarse de alguna manera contra la depredación de la belleza…No suspirar por los geranios, pero sí enrostrar al mundo su falta de delicadeza…

En el mundo, en todas las épocas y en todas las naciones, hubo crisis perennes y batallas por la justicia. Han brotado llamas incontables por las pupilas del pueblo y de los gobernantes y por las intenciones tan secretas de uno y otro. ¡Pero el bar Roma!

No hubo nada mejor para crear la meditación. ¡Si pudiéramos detener por final consecuencia la paz, estaríamos en ese barcito de madera, jugando al cubilete en el espacio ilimitado de la intimidad! Hubo otro en la calle Correo y sobrexisten dos en Arzobispo…pero no me persuado que hubiese alguno que pudiera habérsele parangonado; de otra suerte, mi mente no lo hubiese retratado. Allí en esa esquina, rival del “Berlín”. Y es que no me canso de soplar el hornillo del recuerdo, porque no hay causas perdidas para la embriaguez del alma.

Y como el mundo verdadero no es el que nos muestran, yo empujaba esas puertas batientes del Roma, mezclándome con los viejos bebedores en la tertulia del mediodía, para saborear aquella tregua de libertad tan celosamente guardada…

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