En la tarde el sol se rinde en la calle de la Amargura que da a la plaza Francia, confín de Lima cuadrada. Allí se levanta el viejo edificio de la Universidad Católica, y al lado los portales, la librería y el hospicio. Uno creyera descabalgar la fatiga en una plazoleta de Saint-Germain des Prés…Pero bajo este cielo, nuestro cielo oceánico que hace olvidarlo todo ¿quién es esa mujer de bronce que sostiene una farola? ¿Y en las bancas de la plaza Francia será posible aún sentarse en la propiedad común de la intimidad? 

Está allí hoy el consulado francés, y flamea la bandera en el quiero espejo frente a la iglesia de gótico duendesco, y veo la boda de mi hermana cuando las agujas del reloj de la torre marcaban una solemnidad de seda virginal y melódiun, ¡qué oscuro espacio el del tiempo y qué impredecible! ¿Quién no ha dado una cita en la plaza Francia? Era como convocar a la niña de los Cabellos de Lino o la Catedral Sumergida.

Quizá la plaza Francia de jardincillos sinuosos y apretados en un rectángulo abierto a los vientos, signifique la magnífica poesía de una Noráfrica, y la bandera legionaria rinda honores a una libertad en que abra los brazos del almuecín…

¡Cuántas tardes amparé mi adolescencia al trote con César Moro, Tovar o Martín Adán, cruzando esa plaza en la que la corriente de la vida se diluyó con la sorna y la sabiduría! Ahora cautelan la biblioteca de Tovar allí, en anaqueles herméticos. ¡Y el deseo de volver la vista y el oído, añorativo, me hace prisionero de aquellas fechas de conversación…la Duse, Sara Bernhard, Nijinsky!

¡Plaza Francia de los ojos helados en el invierno, quién pudiera sentarse a tu sombra como bajo las palmas de Basorah!

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