Es una hora glauca, vacía de relojes. En la plaza San Martín, los tragafuegos de torsos desnudos lanzan bocanadas que relumbran la tarde cuajada de esferas de relojes sin agujas.  

¡No hay relojes en Lima! ¡No hay hora! Sólo hay una inexorable minutería que marca las seis de la tarde para encontrar a Roxana en la verde de la calle Belén, calle aciaga llena de un pesar oligárquico, ahora transitada por borrachos que lanzan sus imprecaciones furibundas al mal que les ha hecho la vida.

¿Cómo dar con la hora exacta o aproximada, en una ciudad sin relojes o con las agujas robadas, o con un hueco cual órbita de horrible mirar?

Yo cruzo la Colmena, luchando a brazo partido para llegar a las seis de la tarde al “Wony”. ¡Café de poetas vítreos, abandonados melómanos que agitan los brazos, viendo desfilar la semana por el sagrado territorio de la soledad! Pero el “Wony” está cerrado el domingo, día plúmbeo y amordazado; domingo en la tarde, día maldito por la utilidad y la búsqueda de la dicha en que malgasta el ideal sus mejores fuerzas. Día de nubarrones, día en el altamar del tiempo.

Y a la carrera, cuando se cierne la plata morena y fosca de un cielo cambiante, recorro una y otra vez la vereda. Y veo al “Wony” clausurado. No sé la hora y sí un reloj de arena cuenta el último grano de la debacle final.

Parpadean los avisos luminosos diabólicamente, y Roxana no llega con su aire cerúleo y su enfilamiento sirio; con su núbil cabellera recortada y el semblante ágil y fantasmal; su elevada estatura y su juventud oriental.

¡Pero no! Allí viene, de blusa blanca que ondea la brisa impetuosa y gélida y el ceñido pantalón negro prestándose a las ínfulas de esa noche.

Corro hacia ella, y me doy con una desconocida sonriente y altanera que abre los labios en un saludo de definitiva, de insustituible ironía. Y no es Roxana ni jamás sabré si llegué a las seis de la tarde; ni si soy objeto de una burla verídica, y hasta le digo “hola”, y ella me responde con la voz conocible y puntual “hola”.

Pero no es Roxana, sino una mujer gemela que pasó por la vereda a la misma hora desconocida a la que ningún reloj se atreve a señalar.

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