Vaya usted y párese frente a la acera de números impares de la calle Calonge, que está entre Argandoña y Puerta Falsa del ‘Segura’ en el jirón Cailloma…¡ Apúrese, que esa calle maneja el color de su genio con mucha valentía, pero en cualquier momento la perennidad de su carácter reducido a una sola acerca puede ser barrida por espíritu del mal!  

En la esquina con la calle de Concha hay una mezcla de veneciano con mudéjar, antiquísima morada de dos plantas que son una conjunción de lo terrestre y lo celeste o que fue arrancada de Damasco. ¡Allí pintó mi retrato Delfín! Luego, hay una sucesión de zaguanes y, en una tienda rebelde al tiempo, continúa un ebanista ducho en sillones presidenciales y balcones en miniatura. Más allá, luce el secreto de su altiva humildad en un balcón vidriado en forma de cofre, que debe remontarse a la época en que la colonia se despedía, algo secreto porfía en lo alto, pegado con terquedad en las sombras de la noche…

A la hora de crepúsculo, la calle Calonge surge de la profundidad como una inundación de lava coloreada, y por la noche la perspectiva crea formas engañosas que la apciencia del paseante aclara en sus propios ojos alucinados… En la acera de número pares, está el muro cordo del colegio agustino, reformado para el lucro, y allí se abrieron a la calle los tragaluces del famoso salón del castigo llamado “La Clínica”… Veo al fraile con el alzacuello blanquísimo en la negra sotana. Vigilaba presidiendo desde el pupitre el silencio culpable de los retrasados, y todas las tardes en el inmenso salón de columnas de hierro yo apretaba los labios fingiendo la mayor contrición. Era un duelo eterno y sin cuartel…

El fraile de relumbrantes gafas iba nombrando a los que simulaban la expresión justa y dolora del arrepentimiento, “Añaños, Podestá, Mc Kenna”… y al fin del inventario de castigados…¡Buendía! Cuando sólo quedábamos él y yo.

¡Oh, qué premio fue ganar la noche, en el filo del atardecer cuando todo es fantasmagórico, y Roberto me esperaba con sus amados pantalones de golf para pasar revista a los frascos alucinantes de las farmacias!...

Esos castigos fueron una recompensa, ¡ah noches de la calle Calonge, abatiéndose por los ventanales de encaje de hierro forjado con el espinoso anagrama agustiniano!

Calle entre teatros y toreros, de pulperías italianas ya espectrales…¡calle Calonge, calle Calonge! …Tu aguda soledad es como la primera puesta de manos en un piano que conversara con el olvido, tal es la falta de control del ser sensible que ve lo que nadie ve; la realidad no arroja más que un pálido brillo, pero la calle Calonge en la noche está burilada de reverberos y te pone el corazón temeroso de ver más allá de la ausencia, porque estás desnudo y sin armas frente al pasado atolondrando tus ojos.

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