Las noches humanas son un extenso conocimiento de la angustia. Las ideas confusas se pegan a los muros babeados por el alumbrado público. La dignidad y función de andarín traganoches nos enfrenta a los portones claveteados que esconden la uniformidad del alma humana. En los limpios días de la infancia, la semana tenía un carácter reconocible, una cara, un color, un alma…
-Hoy es lunes: ha amanecido con cara de garúa. Gritaba el mayordomo amenazando a la servidumbre. Los lunes traían la urgencia de las siniestras obligaciones de la vida.
Los martes: blancas turbulencias, una inquietud violácea; continuaba el nerviosismo, la febrilidad. El miércoles era un día antipático, soso, y el jueves, azul Prusia; ese día solían suceder cosas aciagas. Los viernes verdosos trajeados de funcionario de juez o canónigo, se fraguaba algún negocio perverso de los adultos; además, empezaba todo a desbarrancarse, hacia el fin de semana. Día litúrgico de campanas terribles. Lunes gris azulado. El martes coloidal, correteado por notarios y por portapliegos raídos. El miércoles, de súbito enrojecido, agrio. El jueves, flaco, color acero, hipócrita, casi solemne. El viernes, un tigre cauteloso y feroz. En los cuchitriles de Azángaro, los pobres se engañotan de aguardientes; en cualquier botella los espera la lotería de la muerte.
Sábado de oro tornasolado, o negro de lentejuelas, jorobado como un bufón de horrendos perfumes en las noches, amedrentado por la vecindad yerta del domingo, y el domingo, oleaginoso en los estíos, como una plancha, una sartén en los veranos caniculares, y en las tardes invernales era tango, un vals noble y sentimental.
Noche dominical como una locomotora llegando a su destino, hasta el nuevo lunes reluciente, con cara de mayordomo:
-¡Lunes, cara de garúa!
Y los balcones cerrados como un cofre alargado por el capricho de un sultán enloquecido, abrazaban las esquinas de la semana en la que navegaba el promontorio rocoso de lapislázuli, el inmortal San Cristóbal flotando en el mar de la eternidad.
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