Vayan a buscar en el fondo de mi memoria el registro visual del Parque de la Reserva cuando la mano de hierro de mi abuela, altivo halcón, me bajó del tranvía para aclimatarme al vergel del Parque de la Reserva... ¡Jardines, grandes intérpretes de los corazones!... La misericordia de las plantas posternadas, los senderillos de pedregullo que conducían a las fuentes, y los caballos invisibles, los paseantes vestidos con sedas oscuras llevando de la mano a niñas endiosadas por la luz sombría del follaje de las pérgolas: toda esa maligna ventura que abre la libertad y la felicidad en abismos de savia y cipreses reflejados en el cielo, me prepararon para la avidez de la belleza que el Parque de la Reserva enjaulaba en un área prodigiosa en que respiraban las flores y los pájaros se alistaban las alas para devorar insectos relucientes...
Aventurarse por el Parque Neptuno de límites con la Manchuria; ir al pedestal de algas y combado mármol de la Fuente Japonesa, en el anuario de los pasos del azar, en la agobiada alma de los jardines de Lima, estos paseos aportando la ruina, espantando a gritos a los niños que matan golondrinas a hondazos, es un deber de fabulista... Los enamorados como moscones en el cielo, estatuarios en la futilidad de la líbido, se apretujan en sociedades secretas, y ya los pabellones de una caza imperial, esos diminutos observatorios de nuestros jardines, han sido capturados por ligas automovilísticas, cuarteles de alguaciles y actores desocupados... Las fuentes de Lima están secas, sin sed ni géiseres de luz nocturna...
¡Ah, Jardín Botánico, despedazado y moribundo cuyos penachos de pluma apuntaban al firmamento!... ¡Parque Universitario, tus tréboles están pisoteados! Los bufidos de monóxido han desarrollado el ramaje de las arboledas de la avenida del Rostro Pálido... Jardines del Estado Mayor y San Bartolomé, huertas mágicas de Lima de Malambo, ya derruido, obras maestras de la intimidad. Ni rejas ni cercos pueden probar que la belleza vulnerada resucite, porque el pescador de crepúsculos ya no sienten la marcha de su barca bajo los pies.
¡Ah, Jardines de Lima, dadme vuestro aliento!...