El techo de la alcoba en que yo dormía era muy alto y siendo tan niño me parecía más alto que una catedral. En un ángulo alcanzo a ver una araña. La araña comienza a descolgarse por su propia baba.  

Baja, baja...tiende un cable...

Mi techo es muy alto, le llevará harto tiempo descender hasta donde se lo ha propuesto.

Pasa un día y una noche.

Y quizá una semana entera.

Ya no la perturbo.

Apago la luz temprano para que trabaje en silencio fabricando su hilo pendular ¡la pobre! ...La vigilo. Su obstinación en la soledad alboroza y deprime, según la hora y las circunstancias, pero ella es indiferente a todo lo que no signifique su lento descenso.

No sé a las claras por qué teje ni con qué propósito, si tiene alguno; ¡claro que ha de ser un objetivo instintivo, que debe haber sido estudiado por científicos armados de una paciencia feroz!

La araña es rubia.

A través de la luz eléctrica, veo su organismo rojizo transparentarse en la claridad y sus patas que se agitan en lo que para ella debe ser el espacio infinito...

No he cerrado bien la puerta, y se establece una corriente de aire con la teatina; la araña se balancea horrorosamente a causa del vendaval...

Se repliega astuta...

El cable que ha tendido hacia el suelo amenaza romperse. Yo tiempo, no respiro, no puedo ayudarla. Sería peor, catastrófico...

Cierro con cuidado la puerta de la hoja de la teatina con cuidado infinito. Ella esperando que las correntadas de aire cesen, vuelve a su estado perpendicular, como la plomada de un albañil, y sigue la fabricación de su hilo...

A mediados de semana, una tarde excepcionalmente calurosa, (me he olvidado de la araña), acudo con el corazón palpitante a verla.

Se ha quedado a medio camino, seca, muerta...


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