Yo nací en la calle del Arco, por donde entraban los virreyes.
Allí se alzaba el arco triunfal de ocho medias columnas jaspeadas, todo guarnicionado de plata; y también de plata y sin falsía el pavimento.
En ese arco ponían una puerta alegórica en la que los que venían a gobernar llamaban. Gálvez supone que mi calle natal se llamó así desde el siglo XVI y el gasto y arquitectura de este arco erigido por cada entrada de virrey fueron suntuosos según iban los tiempos y se afirmaba la tradición. Por allí estaba el solar de Santa Rosa en donde hay hoy un remedo de santuario junto a un puente horrible, de aluminio con pretiles zafados; yo veo en el fondo de la arqueta de los recuerdos de niño, el edificio de la Escuela de Ingeniería, tan sólido en su levedad como San Fernando y el Estado Mayor de la Calle Real el uno, y en el bulevar Grau el otro, dados al diablo del descuido.
Por la calle del Arco se desembocaba a San Sebastián y a Monserrate. Barrio de santos ubicuos, y de virreyes degollados por la maldición de los indios. No obstante, zona donde prendió la rosa, la flor de Lima rosácea. Allí abril florece todavía en el sempiterno espejismo de la única época de la ciudad. Luego fue fantasma. ¿Quién puede negar que Lima es una ciudad de fantasmas?
En esa calle hubo una escuelita particular de cierta dama cuya leyenda de severidad castellana se alzaba como un globo aerostático en mi cerebro afiebrado, porque esa dama enseñaba las primeras letras a los chicos llevados en volandas disfrazados de mandiles azules y mapamundis y manzanas…
A mí me bautizaron en San Sebastián. Aquella fue pila bautismal de Rosa de Lima, y Martín de Porres y de Bolognesi.
¡Dios mío, no sé cómo puede aún reverberar en las noches esta parroquia con una sola palmera apuntando al cielo ni a dónde ha ido a parar el balconcete de la casa parroquial! ¡Así trata esta Lima plagiaria y advenediza a esa parroquia de bancas hechizadas y faroles que alumbran la eternidad de las noches de sus héroes y santos!
Mi universo, antes de ir a vivir en el Palacete de la calle Concha, (cuyo admirable portón acaba de ser tapiado) eran las calles del entorno del Cuartel Primero, correspondientes al Barrio Sexto y Séptimo, o sean, Aumente, Santa Rosa, Matienzo, Espíritu Santo, Arco y Lamilla.
De esta calle del Arco sólo tengo la visión de un recuerdo en los labios de mi abuela feroz y aristocrática, cuya foto aguileña será exhibida este domingo en el almuerzo familiar.
Abuela materna de abanico y tafetán, amarilleando sus hundidos ojos mozárabes, en la postal firmada por Ugarte o por Courret…